En medio de volcanes, lagos, cafetales y tradiciones milenarias, se está gestando una revolución silenciosa: el turismo rural y comunitario.
Este segmento se vincula con paisajes agrícolas, actividades de naturaleza y formas de vida tradicionales. El comunitario, por su parte, es gestionado directamente por familias o asociaciones locales, donde el turismo complementa su actividad principal, como la agricultura o la artesanía. Ambos modelos promueven una conexión genuina entre el visitante y la comunidad, generan ingresos y fortalecen la identidad local.
De esa cuenta, el turismo rural y comunitario no es solo una alternativa turística: es una estrategia de país para generar empleo, fortalecer el tejido social, proteger el medioambiente y rescatar el orgullo cultural. En consecuencia, no se trata de un turismo de paso, sino de uno que transforma.
Este modelo turístico, más allá de dejar divisas, dignifica a las comunidades, ya que empodera a las comunidades anfitrionas, genera empleo, protege el medioambiente y fortalece el orgullo cultural. Reconoce que el alma de Guatemala está en sus pueblos, y que allí se encuentra también la oportunidad de desarrollo sostenible de la que tanto hemos hablado.
El potencial que ya existe
Según el Plan Estratégico de Turismo Rural y Comunitario de Guatemala 2024-2028 (INGUAT), el 90% del turismo que se realiza en nuestro territorio ocurre en áreas rurales. Este dato, lejos de ser anecdótico, debería ser el punto de partida de una política de Estado, pues revela un potencial inmenso para convertir cada rincón del país en una experiencia inolvidable. ¿Por qué seguir concentrando la promoción en los destinos clásicos, si cada lugar tiene experiencias únicas por ofrecer?
Desde las fincas de café en Alta Verapaz hasta las tradiciones vivas de San Cristóbal El Alto, Guatemala está llena de tesoros aún invisibles al turismo masivo. Y lo que está en juego no es solo atraer visitantes, sino generar empleo digno, aliviar la presión en algunos destinos, frenar la migración, proteger el medioambiente y, sobre todo, devolver el orgullo cultural a quienes durante siglos lo han resguardado.
Mucho más que un viaje
El turismo rural se vincula con paisajes agrícolas y modos de vida tradicionales; el comunitario, con la gestión directa de familias o asociaciones locales. Ambos modelos generan una conexión genuina entre el visitante y la comunidad. No se trata de un souvenir, sino de compartir una cosmovisión, una forma de vivir y de resistir.
Como país, debemos asumir que este modelo no es una alternativa secundaria, sino una estrategia de desarrollo. ONU Turismo ya lo señala: el turismo rural es un catalizador para la agricultura, la cultura y la sostenibilidad. Y Guatemala no puede quedarse atrás.
Lo que ya está funcionando
No hablamos de teorías. Hay experiencias exitosas que inspiran:
- Rupalaj K’istalin, en Santiago Atitlán, donde se aprende sobre medicina ancestral y pesca tradicional.
- Pueblo Jardín San Cristóbal El Alto, con talleres de cocina, huertos y vistas espectaculares.
- MayaTrek, en Petén, que combina arqueología, caminatas y convivencia con comunidades mayas.
Cada ejemplo demuestra que cuando las comunidades son protagonistas, los resultados son tangibles: más ingresos, más cohesión social y más visitantes que regresan transformados.
Los retos
Por supuesto, no todo está resuelto. El turismo rural y comunitario necesita infraestructura, conectividad y promoción inteligente. Se requiere apoyo gubernamental real y un sector privado dispuesto a apostar por algo más que el beneficio inmediato.
También hacen falta créditos accesibles, capacitación del capital humano y plataformas de comercialización que posicionen estas experiencias en el mapa global.
Pero lo esencial ya está: comunidades dispuestas a abrir sus puertas y viajeros que buscan autenticidad, propósito y experiencias genuinas.
Los actores que lo hacen posible
Hablar de turismo rural y comunitario es también hablar de alianzas. Ningún esfuerzo aislado puede sostenerse sin la participación de múltiples actores. Las comunidades son el corazón del modelo: abren sus puertas, comparten sus tradiciones y muestran al visitante una forma distinta de ver el mundo. El gobierno tiene la responsabilidad de generar las condiciones básicas —infraestructura, promoción, políticas públicas— que garanticen que estas iniciativas prosperen.
El sector privado, por su parte, debe entender que su papel no se limita a ofrecer transporte u hospedaje, sino a integrar experiencias comunitarias en sus paquetes y apoyar su desarrollo. La cooperación internacional y las organizaciones sociales son aliados clave para aportar financiamiento, capacitación y asistencia técnica. Solo si todos estos actores caminan juntos podremos hablar de un modelo sostenible que trascienda el discurso y se traduzca en resultados reales.
Estoy convencida de que Guatemala tiene en sus manos una oportunidad única. El turismo rural y comunitario puede convertirse en un motor de desarrollo sostenible, identidad cultural y empoderamiento local. No es una moda ni un discurso bonito: es una necesidad urgente.
El país que heredemos dependerá de cómo hoy pongamos en valor a nuestras comunidades. Si seguimos viendo el turismo como una industria para unos pocos, perderemos la riqueza más grande que tenemos: la vida cotidiana de quienes mantienen vivas las tradiciones, los saberes y la tierra.
El futuro del turismo en Guatemala no está solo en los destinos tradicionales, los grandes hoteles ni en las postales repetidas. Está en los telares de Totonicapán, en los cafetales de Cobán, en las caminatas al amanecer en Huehuetenango, en la sonrisa de una niña que explica cómo su madre prepara el atol blanco.
Guatemala no necesita inventarse un relato turístico: ya lo tiene, y está en sus pueblos. El reto es decidir si lo apoyamos y lo convertimos en política de Estado, o si lo dejamos seguir creciendo de manera aislada, pese a los obstáculos.
El turismo rural y comunitario no es solo una opción. Es el futuro. Y ese futuro empieza hoy, en cada comunidad que decide abrir sus puertas y en cada visitante que elige viajar con sentido.
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