Una primavera que nunca floreció
Bernardo Arévalo prometió una transformación política e institucional en Guatemala, pero su primer año de gobierno ha sido una cadena de desaciertos, improvisaciones y desilusiones. Lejos de fortalecer la democracia, ha perpetuado la crisis institucional con discursos vacíos y alianzas dudosas.
Subejecución millonaria: el dinero no llega donde se necesita
Uno de los indicadores más alarmantes de su gestión es la subejecución presupuestaria. De los Q122 millardos aprobados, más de Q14 millardos no se ejecutaron, afectando sectores clave como salud, infraestructura y seguridad. Esta ineficiencia ha tenido un impacto directo en la calidad de vida de los guatemaltecos.
Persecución selectiva y silencio ante la corrupción
A pesar de su discurso contra la corrupción, Arévalo ha guardado silencio ante abusos y privilegios dentro de su gabinete y el Congreso. Mientras algunos periodistas independientes enfrentan criminalización, figuras afines a su proyecto gozan de impunidad mediática y política.
Un gobierno que no gobierna
Los constantes cambios en el gabinete, con nueve destituciones en menos de un año, evidencian una falta total de estrategia y liderazgo. La incapacidad para mantener un equipo coherente refleja un gobierno sin rumbo, cada vez más aislado del pueblo y sometido a presiones externas de ONGs y organismos internacionales.
Desaprobación creciente y desconfianza popular
Encuestas recientes muestran una caída en la aprobación del presidente. El entusiasmo inicial se ha transformado en frustración. Las promesas de justicia, transparencia y desarrollo han quedado en el olvido, mientras la inseguridad y el desempleo siguen creciendo.
La «esperanza» que prometió Arévalo se diluye entre excusas, complicidades y una evidente falta de capacidad para gobernar un país que exige resultados, no narrativas